SAN MARTÍN DE LOBA, ORACIÓN PARA SOLUCIONAR PROBLEMAS EN LOS NEGOCIOS


Oh, Glorioso San Martín de Loba,
Padre de la Divina providencia,
que a todo pobre socorriste,
aliviando sus necesidades
y compartiendo tus bienes con ellos:

Te pido santa limosna
y que alivies mis penas y sufrimientos,
haz padre mío,
que mis negocios sean fecundos,
que mis inversiones
siempre sean favorables y se multipliquen,
que obtenga más ventas,
y que mis clientes siempre queden satisfechos,
para que contentos por mis servicios
vuelvan a mi, y yo prospere económicamente. 


 
No me dejes quebrar 
ni perder en los negocios
ni en ninguna de mis necesidades. 


Tráeme personas 
que me vengan a comprar y a pagar,
que todo cuanto yo haga o empiece
tenga buen fin
y que corra en mí casa el oro y la plata
amando a Jesús a María
y al patriarca San José. 


San Martín de Loba 
úntame con tus ungüentos
úntame con tus aceites,
no me dejes morir sin los Santos Sacramentos
 y así como le diste la limosna a aquel anciano
envíamela hoy más temprano,
préstame tu caballo
para hacer mis diligencias,
préstame tu espada
para vencer los obstáculos,
préstame tu manto
para arroparme yo. 


Bendito y alabado sea 
el Santísimo Sacramento del altar
y la Cruz en que murió.

Amén. 

Rezar tres Padrenuestros y tres Glorias.

Esta oración debe hacerse con mucha fe 
durante tres días seguidos. 

EXORCISMO DE SAN CIPRIANO CONTRA LOS HURACANES Y TORMENTAS

 
San Cipriano murió martirizado. En su la ejecución por decapitación, bendijo a todos los presentes. Le dio 25 monedas de oro al verdugo, luego se tapó los ojos y bajó la cabeza.
 
Los cristianos que lloraban, recogían con chales y velos su sangre. Al llegar la noche, los fieles tomaron su cuerpo y lo enterraron en la cripta privada del Procurador Macrovius Candidianus.

Quinientos años más tarde, Carlomagno, el rey Carlos el Grande y sus oficiales llevaron sus reliquias a Francia.
 

 
CONJURO CONTRA HURACANES Y TORMENTAS
 
"Yo os conjuro, nubes, huracanes,
granizos, pedriscos y tormentas,
en el nombre del gran Dios viviente,
de Eloim, Jehován y Mitraton,
a que os disolváis como la sal en el agua
y os retiréis a las selvas inhabitadas
y a los barrancos incultos
sin causar daño ni estrago ninguno".
 
Dicho esto se tomará el cuchillo de mango blanco
y se harán con él cuatro cruces en el aire
como si se cortara de arriba abajo
y de izquierda a derecha.
 
Tanto la conjuración como las cruces
se han de repetir cuatro veces en la dirección
de los cuatro puntos cardinales.


VIDA BREVE DE SAN CIPRIANO
 
San Cipriano nació en África alrededor del año 200 de nuestra Era. Su padre fue un rico senador pagano y él, llegó a ser Obispo de Cartago.
 
Toda su vida y sus avatares sucedieron allí, donde a su muerte le llamaron el sacerdote mártir.
 
Cursó  estudios seculares en la escuela de Cartago, destacando en las materias de Oratoria, Retórica y Filosofía. Era frecuente verle en la corte defendiendo pleitos de la gente del pueblo. También fue antes de su conversión al cristianismo, maestro de estas materias.
 
Estudió asiduamente las Escrituras y los escritos de su mentor, Tertuliano, siempre tras la búsqueda de la verdad religiosa. El cristianismo le atrajo poderosamente y estudio los escritos de los Padres del Desierto. Posteriormente, el mismo escribiría que sus hábitos le hicieron creer que nunca alcanzaría la conversión perfecta para llegar a ser un buen cristiano, amante de Jesús nuestro Salvador. Cecilio el Presbítero, (su mentor espiritual), le liberó de la confusión y a la edad de 46 años, llegó a ser catecúmeno cristiano.
 
Antes de ser bautizado renunció a sus bienes y entregó todas sus propiedades a los pobres, trasladándose a vivir a la casa de su mentor espiritual, donde gracias a su ayuda y consejos alcanzó la claridad. Una muestra de ellos son las letras que enviaría a su amigo Donatus:


"Cuando la oleada de la regeneración limpió mi impureza de vida anterior, una luz estable y brillante, brilló desde el cielo en mi corazón."
 
En esta etapa, San Cipriano nació de nuevo, vigorizado por el Espíritu Santo. Decía que Dios le reveló misterios. Él hizo de las tinieblas, la luz. De este modo comprendió que su anterior vida en pecado pertenecía a lo terrenal y ahora vivía en la divinidad del Espíritu Santo y lleno de la fuerza de Dios.

Poco tiempo después del bautismo, fue ordenado sacerdote, y tras el fallecimiento del obispo Donato, los fieles en el año 248, unánimemente le eligieron para sucederle en su cargo a lo que respondía: "Incondicionalmente, sí", cumpliendo con la solicitud de mi mentor.
 
Esta época fue llamada la del reinado del terror, ya que eran constantes  las persecuciones del emperador romano Decio.
 
Tenía San Cipriano una preocupación constante por el bienestar de su iglesia, a la vez que el gran impulso de acabar con los vicios, tanto del clero como de la grey, pero era tanta la piedad, la humildad y la sabiduría que poseía, que por imitación de todo el que junto a el estaba, consiguió una gran victoria en la consecución de estas empresas. Otros obispos buscaron su asesoramiento.

Fue en ese tiempo cuando avisado en un sueño de que Decio iba tras el, se vio obligado a esconderse, repartiendo antes los bienes acumulados en su iglesia entre otras, para alivio de pobres y necesitados.
 
A través de mis epístolas a presbíteros, confesores y mártires, mantuvo contacto constante con los cristianos cartagineses.
 
Entre sus seguidores en este exilio autoimpuesto, algunos dijeron falsamente que ofrecieron sacrificios a los falsos dioses romanos con motivo de salvar sus vidas y evadir la tortura y San Cipriano fue llamado a mediar en la controversia de permitir que tales apóstatas e incluso el mismo regresasen al Cuerpo Místico de Cristo.
 
Más tarde, estos cristianos perdidos apelaron a los confesores en una carta de reconciliación y aceptado el certificado de vuelta a la Iglesia, escribió a los cristianos cartagineses sobre esto.
 
El examen de los vencidos resultó necesario para aprender su sincera contrición. Pero algunos de los caídos querían una readmisión inmediata de la Iglesia. Esto agitó a la comunidad cristiana. Pidió consejo y opiniones de otros obispos de la diócesis. Todos aprobaron sus reglas.

Su carta a la Iglesia africana de Cartago, pedía a todos que no se separen de la unidad de la Iglesia. Les decía que esperaran su regreso. Les aconsejó que obedecieran las órdenes legítimas del obispo administrador en su ausencia.
 
La mayoría de los cristianos cartagineses se mantuvieron fieles. Un consejo local terminó con el desafío de Felicissimus, su opositor que fue excomulgado, cuando regresó en el año 251.
 
Mas cismas volvieron a irrumpir en la unidad de su iglesia lo que llevó a San Cipriano a escribir su libro "Sobre la unidad de la iglesia" y cuando parecía que las aguas volvían a su cauce estallaba una gran plaga. Cientos de personas murieron en Cartago. La gente, con miedo, abandonaba a los enfermos y nadie se ocupaba de enterrar a los muertos. San Cipriano, personalmente se ocupó de atender a enfermos y enterrar no solo a los cristianos, sino también a los paganos muertos.
 
A continuación llegaron la sequía, el hambre, y los ataques de los Numidios que esclavizaban a muchos de ellos.
 
Se pidió a los cartagineses mas ricos que desarrollaran métodos de apoyo para alimentar a los hambrientos y para rescatar a los cautivos. Por si esto fuera poco, el emperador Valeriano ordenó nuevas persecuciones contra los cristianos.
 
Paternus, el procónsul cartaginés, ordenó a todos los fieles sacrificarse a los ídolos. San Cipriano se negó, guardando silencio en cuanto a los nombres y residencias de los Presbíteros de la Iglesia de Cartago, motivo por el cual fue trasladado a Corubisum. El diácono Pontus le siguió voluntariamente al exilio.
 
Después de llegar, el santo soñaba con una muerte rápida pero lo que le esperaba era el martirio. Escribió cartas y libros, pero su próximo martirio en Cartago le hizo regresar.
 
Sin embargo, el tribunal lo liberó hasta el año siguiente. Durante ese tiempo, los cristianos cartagineses se despidieron de él y le pedían su bendición.
 
Nuevamente y para evitar el martirio, le pidieron que  volviera a hacer sacrificios a los falsos dioses, y nuevamente se negó a ello, por lo que el tribunal ordenó su ejecución por decapitación. Todos los cristianos presentes dijeron con voz unificada: "¡Queremos morir con él!"


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