A ti acudo hoy santo mío,
lleno de dulce esperanza
porque creo en tu bondad
para encontrar mi destino.
Se bien que mi confianza
está bien depositada
y alcanzaré solución
para el ruego que te hago,
que calmarás mi aflicción
y me darás confianza.
(Formular una petición al santo)
Gloriosísimo San Nicolás,
humilde y virtuoso Arzobispo de Mira,
acuérdate que no se ha oído decir
que no alcance tu favor
quien a ti se acerca en sus tribulaciones.
Confío en ti, espero en ti
y te pido seas mi intérprete
para con Dios Nuestro Señor,
a fin de obtener esta gracia
que con toda mi alma te he pedido.
Sé mi guía,
sé mi salvaguardia
y purifica mi alma.
Amén.
La vida de San Nicolás se desarrolló en épocas y ambientes muy lejanos de nosotros y podría parecer a algunos demasiado remota para permitirnos describir con precisión los acontecimientos que en realidad tuvieron lugar durante ella.
Afortunadamente hay numerosos escritores contemporáneos y muy cercanos a los acontecimientos, que dan testimonios nada despreciables de aquellos sucesos y permiten trazar una biografía del santo, rica en pormenores.
Es verdad que abundan tanto en la vida de San Nicolás los hechos portentosos, que parecen cosa de leyenda. Sin embargo, Dios quiere todavía autorizar la confianza que el pueblo fiel deposita en el santo, puesto que aún en nuestros días mana de su sepulcro un líquido que nada tiene de curativo, si se le analiza científicamente y que, sin embargo, acarrea notables beneficios a quienes lo usan. Indicio claro de que no debemos despreciar como cosas sin fundamento las que al santo se refieren.
De ellas hemos escogido algunas muy notables. Se nos escapan, sin embargo, los hechos virtuosos, las obras de celo, el fervor de la predicación, los trabajos sin cuento que padeció el Obispo de Mira y que, de común acuerdo, ensalzan todos sus biógrafos.
San Nicolás no fue un taumaturgo, sino un varón inflamado en el amor de Dios y de su prójimo.
Fue uno de aquellos 318 obispos que acudieron al Concilio de Nicea, en representación de la iglesia Católica de aquellos tiempos y condenaron al heresiarca Arrio por negar la divinidad de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Sufrió destierros, azotes, quemaduras, prisiones y malos tratamientos, y era de una paciencia y mansedumbre inquebrantables. Su caridad para con todos era inagotable y su abnegación por sus feligreses no conocía límites. A todo esto añadía un espíritu de oración y de penitencia continuo, que hacía que su vida transcurriese toda en Dios y lejos de todo placer de este mundo. Por eso Dios, que conoce los méritos de este gran Obispo, se complace en obrar prodigios en favor de quienes acuden al Santo.
Nació San Nicolás en la Ciudad de Patara, en Asia Menor, a principios del siglo IV, cuando estaba por terminar la época de persecución de los cristianos e iba a comenzar una lucha quizá más peligrosa contra los herejes arrianos, que a tantos miles de almas arrebataron del seno de la Iglesia Católica.
Sin haber dado su vida por la Fe, tuvo Nicolás que padecer mucho por ella y podía mostrar las huellas de sus torturas en su rostro ennegrecido y en las cicatrices de su cuerpo.
Después de su muerte, su cuerpo quedó oculto en un monasterio que él había gobernado. Los mahometanos y los cismáticos poseían entonces aquel territorio y existía una profecía que decía que aquellos santos huesos habían de ser trasladados a Bari, en Italia.
No fue, sin embargo, de una manera solemne, como se llevó a cabo esta traslación. Al contrario: casi podía ser considerada como un piadoso robo, ya que fueron unos navegantes de Bari los que, valiéndose de la astucia y hasta de la fuerza, se apoderaron de las reliquias y las escondieron en un tonel, que llevaron hasta su ciudad.
Allí han sido objeto de una veneración ininterrumpida y también han sido fuente de innumerables prodigios. Pero no es necesario acudir a Bari para ser objeto de la bondad del Santo. Existen muchísimos templos dedicados a San Nicolás.
A veces se ha desfigurado demasiado al amable santo, y por eso, de su nombre ha surgido la fantástica aparición de Santa Claus, anciano bonachón que entra por las chimeneas, cerca de la Navidad, y obsequia a sus amiguitos. No es ese, ciertamente, el santo que pretendemos dar a conocer, sino el héroe de la Iglesia Católica, a quien Dios nos propone como amigo e intercesor en el cielo.
TRASLADO DE LOS RESTOS DEL SANTO A BARI
En el año de 1084, siendo Pontífice San Gregorio VII y tiranizado el imperio de Oriente por Nicéforo Botoniate, empezó a ser despedazado por Turcos y Sarracenos, que eran mahometanos. En este año, pues, entraron en Licia, y sabiendo los de Mira que iban a sitiar su ciudad, la desampararon y huyeron.
San Nicolás apareció a los monjes de su monasterio y les mandó que fuesen a los mirenses y les dijesen que volviesen a la ciudad, que él les ayudaría para que los infieles no la tomasen.
Lo hicieron así los monjes, pero no les dieron crédito, aunque en la revelación los amenazó el Santo que si no defendían la ciudad dejaría su patrocinio y se iría a otra parte.
Los infieles se apoderaron de la ciudad de Mira y de todas las de Licia, poniendo en servidumbre a los cristianos, que en ellas se hallaron, y en esta ocasión cesó de manar el agua milagrosa del sepulcro de San Nicolás.
Los monjes escondieron debajo de tierra el santo sepulcro, disimulándolo cuanto pudieron, y fue buena prevención, porque los bárbaros saquearon el monasterio dejándolo casi destruido.
El año de 1087 salieron tres naves cargadas de trigo y otras mercaderías de Bari para Antioquía. Iban en ellas dos sacerdotes, un peregrino y unas sesenta personas, naturales de Bari; de ellas parece que era comandante un tal Mateo, hombre de grande esfuerzo.
En el viaje encontraron a once naves y a varios buques de venecianos y otros, que iban también a negociar en Antioquía. Mientras los venecianos echaban anclas en otro puerto, los barenses se detuvieron en Andrónica, que dista tres millas de Mira, y desde allí enviaron a un explorador para que los informase de la situación. Este regresó diciendo que los mahometanos estaban ocupados en otros asuntos, por la muerte del Alcaide de Mira, y que todo se prestaba a sus intentos.
Hallaron el monasterio desierto, había ahí unos cuantos monjes; depusieron las armas que llevaban y saludaron a los monjes, quienes los dejaron entrar.
Los monjes, obsequiosos, dieron a los barenses unos frasquitos de vidrio, conteniendo agua de la que manaba del sepulcro del santo y los condujeron a una capilla con piso de finísimos mármoles, donde, dijeron, estaba escondido el cuerpo de San Nicolás.
Uno de los sacerdotes puso el frasquito con agua que le dieron sobre una columna de cosa de dos varas de alto; le pareció que, mientras oraba, el agua estaría segura; pero sin impulso alguno, el frasco cayó y dio sobre los mármoles, y siendo el frasco de vidrio, no se rompió, ni se derramó gota alguna, lo cual tuvieron por señal de que allí estaba el santo cuerpo.
Conocido esto, dijeron a los monjes el intento con que venían, de llevarse el santo cuerpo, ofreciéndoles buena cantidad de dinero porque lo descubriesen y callasen. Ellos quedaron atónitos y luego comenzaron a alborotarse; pero los amenazaron de muerte y aún los ataron, tomaron las armas y pusieron centinelas, mientras buscaban por donde hallar el sepulcro del santo, porque sólo se descubría un corto agujero por donde sacaban los monjes el agua.
Mateo dio con un hierro un golpe sobre la losa, donde cayó el frasco de vidrio, partiéndose el mármol en pedazos. Debajo se descubrió la bóveda de cal, y, rota ésta, se vio la cubierta del sepulcro, que era una tabla de mármol, la cual apartada, exhaló el sepulcro tal fragancia, que llenó la iglesia.
La mano de Mateo penetró en el sepulcro, y halló que tenía más de una vara de agua de la que manaba del santo cuerpo. Después alargó el brazo y dio con el santo cuerpo, que estaba ya desunido, y lo fue sacando.
No viniendo prevenidos los sacerdotes, le fueron recibiendo en el sobrepelliz del Presbítero Grimaldo. Ya que Mateo le hubo sacado todo, faltaba, la cabeza, pero el audaz Mateo, dándole el agua a la cintura y buscándola, encontró la santa cabeza y con alegría, la sacó.
Tomó el sacerdote luego sobre sus hombros las sagradas reliquias que iban destilando maná sobre sus espaldas; otros tomaron pedazos del mármol que cubría el sepulcro, y Mateo se echó al hombro la mayor parte de la losa, y ya puesto el sol, se encaminaron a las naves; con esto se embarcaron y aquella noche se dieron a la vela.
Fue esto el 20 de abril de dicho año. Durante el viaje se apareció en sueños el Santo a uno de los navegantes llamado Desigio, en figura de un venerable varón, y le dijo:
—No temáis, estad contentos, porque estaré con vosotros.
Y él dijo:
—Quién eres, Señor?
Y el Santo le dijo:
—Yo soy Nicolás, que voy con vosotros, y para que experimentéis que digo verdad, el día vigésimo de como sacasteis mi cuerpo, entraréis en el puerto de Bari.
Y con esto, desapareció.
Llegaron un sábado por la tarde, el 8 de mayo, al puerto de San Jorge, que dista legua y media de la ciudad de Bari. Luego que se celebró la colocación del cuerpo de San Nicolás en su nuevo sepulcro e iglesia, volvió a manar de sus sagrados huesos aquel licor, como manaba en Mira.