LAS AMENAZAS MÁGICAS Y SUS REMEDIOS


¿De qué se puede sentir amenazada una persona? 

De todo y de nada, porque la mayoría de las veces nuestros miedos y temores no son racionales, y esto viene sucediendo desde que el hombre es hombre. La naturaleza siempre nos ha rebasado en poder, siempre nos ha tenido bajo su dominio. Según las Escrituras el hombre debería dominar sobre todas las cosas que hay en la faz de la Tierra. Plantas y animales, ríos y montañas, rayos y truenos deberían estar bajo nuestro mandato, pero en realidad no es así. La fuerza de los elementos nos supera con creces, y hay animales que podrían acabar con nosotros en unos segundos. 

Puede ser que el hombre sea el rey de la creación, ya que su sentido gregario, su capacidad de organización y su intelecto le han permitido aposentarse en el mundo de una manera más o menos cómoda. Desde que el hombre inventó sus primeras armas, hace ya varios miles de años, empezó su carrera tecnológica hacia la conquista del planeta, pero esas armas sólo le han servido para cazar mamuts y para destruir a sus vecinos. Es decir, que le han dado una seguridad relativa con respecto a su entorno, pero no han sido lo suficientemente poderosas como para preservarle de todos los males.


Y es que todos los males que aquejan a la humanidad no tienen cuatro patas y garras. Hay miedos más profundos, temores a cosas menos palpables y conocidas, terrores más profundos. Los egipcios, con toda su ciencia y todos sus avances, se pasa-ron siglos teniendo a que el sol no volviera a salir al otro día, y cada atardecer le rezaban y le ofrecían sacrificios para que se dignara a volver, y como el sol volvía siempre al otro día, creyeron que sus rituales mágicos eran efectivos, por lo que jamás se plantearon la posibilidad de que el sol saliera todos los días por sí mismo, sin necesidad de rezos ni sacrificios.

Los mandriles saludan al sol naciente. Los egipcios temían que el sol no volviera a salir al otro día.

Muchas tribus del Amazonas han temido durante miles de años que desaparezca el mundo, su mundo, sin plantearse siquiera la posibilidad de que exista algo más allá de la selva. Los hombres que venían de fuera no eran de su mundo, sino de la luna o de otro planeta. En sus cosmogonías podemos encontrar leyendas que relatan que ellos tampoco son realmente de este mundo, sino que un buen día el sol bajó sobre la Tierra y los escupió en la selva, y los dejó abandonados ahí para siempre, o al menos hasta que los dioses volvieran a bordo del sol que los escupió para llevárselos de nuevo a casa. 

Los aborígenes del Amazonas, a pesar de vivir más de acuerdo a la naturaleza de lo podemos hacerlo los occidentales, reconocen que la selva es un medio hostil, como lo es el mundo entero, y necesitan transformar ciertos aspectos de su mundo para sobrevivir. Nosotros hemos transformado el mundo hasta límites insospechados, y todo parece indicar que lo seguiremos transformando hasta que acabemos con él o hasta que encontremos el punto de equilibrio que nos permita habitarlo sin destruirlo. Pero ni siquiera nuestros más portentosos avances han sido capaces de librarnos del poder de los elementos. 

Un incendio descontrolado puede acabar con miles de hombres y construcciones en muy poco tiempo. Su acción contra la misma naturaleza (que debe ser lo suficientemente sabia como para permitir que haya incendios) nos duele, pero no por los bosques perdidos o porque se necesiten décadas para que el bosque se recupere, sino por el miedo interior que nos produce. 

Un terremoto, sobre todo para las personas que no están acostumbradas a sentir que la tierra se mueva bajo sus pies, pone la piel de gallina a cualquiera, y sus efectos podrían ser devastadores y arrasar poblaciones enteras, como ya ha sucedido en varias ocasiones. Recordemos la ciudad de Pompeya, sepultada por la lava del Vesubio. Toda una ciudad tragada por un fenómeno natural, que sucedió lo suficientemente rápido como para petrificar a personas que estaban comiendo en ese mismo momento. Para los ciudadanos de Pompeya no debió ser muy agradable morir calcinados, pero gracias a su desgracia hoy en día podemos saber los usos y costumbres de una ciudad romana de hace varios cientos de años. 

¿Temían los ciudadanos de Pompeya al volcán? Sí, sentían verdadero pavor de sus rugidos, de los terremotos que provocaba y de sus emisiones de gas, cenizas y lava. Pero también lo adoraban, le hacían ofrendas y sacrificios, e imploraban a Plutón, dios de las profundidades, que los protegiera del furor del volcán. Sin embargo y a pesar de todos los rezos y ofrendas, el Vesubio entró en erupción y arrasó a la ciudad entera, cosa que habría hecho de todas maneras, con gente o sin gente a su falda, con ritos o sin ritos mágicos qué quisieran retenerle. 

Los avisos y las señales estaban dados, pero los ciudadanos de Pompeya no quisieron oír la voz del volcán que terminó ahogándolos en lava ardiente. ¿La naturaleza siguió su curso sin más, o los ciudadanos de Pompeya eran pésimos magos? ¿La naturaleza siguió simplemente su curso, o es que no hubo ningún mago o bruja que fuera capaz de apaciguar al temido volcán? En Hawai, por ejemplo, hay verdaderas y constantes amenazas de erupción volcánica, pero los santones y principalmente las santonas de las islas se dedican todos los días a hablar con los volcanes, rindiéndoles verdadero culto divino, para evitar que acaben con la población entera. Y no sólo le piden a los volcanes que no acaben con todos, sino que además les piden protección en todos los campos de la vida, fortuna, suerte en el amor y buena salud para vivir muchos años en perfectas condiciones. 

Quizá la magia de los hawaianos sea tan poderosa que los volcanes de las islas jamás lleguen a destruirlo todo a su paso, pero también cabe la posibilidad de que un buen día entren en erupción y acaben de una vez y para siempre con nativos y turistas, con campos de golf y playas paradisíacas, con hoteles de lujo y chozas de paja. Ese día, la naturaleza demostrará una vez más que está muy por encima de nosotros. 

Con las inundaciones pasa lo mismo, ya que el poder destructor del agua es incontenible, y de la misma manera que se reza a miles de santos y de vírgenes para que llueva en los lugares castigados por la sequía, también debería de rezársele a la poderosa agua para que no nos abata con la fuerza de las tempestades, los huracanes, los ciclones, las trombas y demás lindezas que es capaz de hacer sin pensar para nada en lo que se lleva por delante. 

El viento, que parece el menos beligerante de todos los elementos, todavía es capaz de darnos muchas sorpresas, ya que una tormenta de viento a velocidades y potencias que muy raras veces hemos padecido, podría arrancar de cuajo a todas las cosas que se encontrara en su camino, como ha sucedido alguna vez en esas zonas del mundo en donde se dan los más terribles y poderosos tornados. 

En suma, que en primer lugar el inconsciente colectivo del hombre teme y rinde culto a los elementos, ya que no hay fuerza más poderosa y destructora que el poder de los elementos, ni hay energía que pueda enfrentarlos una vez que se han desatado. No es de extrañar, por tanto, la importancia de los cuatro elementos en la magia y en la brujería. 

El hombre ha reconocido desde siempre el poder de la naturaleza en su vida, y a sabiendas de ello ha querido captar la energía de los elementos en toda clase de magias y brujerías. Sí, de todo aquello que nos amenaza de una o de otra manera, el hombre ha intentado, con mayor o menor suerte, sacar partido y provecho. Toda amenaza, real o psíquica, es una puerta hacia lo desconocido, es un arma de doble filo que puede aniquilarnos o salvarnos el pellejo. 

Dentro de nuestro inconsciente colectivo persiste un irracional temor hacia los rayos y los truenos. Cada vez que oímos cómo truena el cielo, saltamos de nuestra cómoda butaca de la sala de nuestra casa, y el corazón se nos acelera como si una terrible amenaza se dispusiera a atacarnos, como si algún mal terrible fuera a caer sobre nosotros. Ya es raro que un relámpago caiga sobre nosotros, sobre todo si vivimos en medio de una gran ciudad, pero eso no evita que sintamos un terror interno e irracional que nos hace dar un salto cada vez que oímos el crujir de una tormenta. 

¡Quién tuviera el poder del rayo para vencer a los enemigos y alejar los miedos! ¿Quién tuviera el poder, del trueno para hacer grandes prodigios de magia! Qué mago o bruja no ha deseado tener ese poder entre sus rituales, entre sus pócimas. Si el rayo y el trueno son tan amenazantes para nosotros, es porque deben tener algo muy poderoso e ignoto que puede favorecernos tanto o más como puede amenazarnos, como puede amedrentarnos. 

Con el agua, el fuego, la tierra y el viento se entiende el doble juego de amenaza y protección, porque al fin y al cabo el agua es fuente de vida, el fuego es fuente de sabiduría y transformación, el viento es medio de transporte y de creación, y la tierra es nuestro propio suelo, materia de nuestra materia, hogar, apoyo y sustento. Pero el rayo y el trueno, a pesar de que tienen un componente de agua y fuego, no son de una utilidad inmediata, y durante miles de años nadie los vinculó con la energía eléctrica o con cualquier otra fuente de conocimiento. 

El rayo simplemente se relacionaba con el poder de los cielos, más allá del agua y del viento, como sucede con algunas tormentas eléctricas. Ahí está Zeus, el dios más humano que ha existido, lanzando rayos desde su trono en el Olimpo, blandiendo su poder de haces lumínicos y destructores entre las manos, amenazando a hombres y a dioses con esos rayos y truenos que no dan tanto miedo a la mayoría de los seres humanos. 

Amenaza y poder, poder y amenaza en un mismo concepto, de una misma fuente, y es que todo lo que nos amenaza es susceptible de transformarse en algo que nos favorezca tremendamente. Los mismos dioses, con el paso de los tiempos, han dejado de ser los seres crueles y terribles que eran en un principio, para convertirse en seres sabios y benevolentes que nos cuidan de todos los males habidos y por haber. 

Pero no todas las amenazas son tan poderosas ni grandilocuentes, hay amenazas más cercanas, más humanas y más cotidianas a las que podemos poner remedio con sencillas recetas mágicas de protección...


0 comments:

Publicar un comentario

Entradas populares

Entrada destacada

DICCIONARIO DE SANTERÍA

Abikú: Un espíritu dañino que posesiona a un niño pequeño y lo enferma hasta que muere.   Acuelle: Bendición.   Afoché: Un polvo...