Desde hace muchísimos siglos la palabra magia forma parte del lenguaje común, apareciendo en muchísimas expresiones de origen remoto que atestiguan el interés que han mostrado todas las sociedades por estas prácticas. Estoy convencida de que todo el mundo tiene una idea acerca de su significado, aunque tal vez no se base en la definición más exacta de la palabra.
Muchas personas se sentirán inclinadas a definir como mágicos todos aquellos fenómenos que suceden sin una explicación lógica aparente o que están caracterizados de manera que hagan pensar inmediatamente en lo sobrenatural. En el lenguaje cotidiano son muy frecuentes frases como «ha aparecido en el momento preciso, como por arte de magia», «me gustaría tener una varita mágica para salir de esta situación», «se trata de un momento mágico que difícilmente se repetirá», «se puede respirar un aire mágico en este lugar», etc. Son todas ellas frases que muchas personas han pronunciado o han oído seguramente un montón de veces; estas frases nos proporcionan una idea bastante precisa del significado y del papel que se atribuye comúnmente a la magia.
Las personas más supersticiosas pronuncian con suma cautela esta palabra para no tergiversar su significado, cuyas implicaciones nos son todavía desconocidas y suscitan siempre un temor reverencial. Por eso, más de una vez, en el transcurso de una conversación que puede tomar estos derroteros alguien cambia el tema bruscamente diciendo «es mejor no hablar de estas cosas; puede traernos mala suerte».
Mucho más distinta es la definición que dan quienes se ocupan o se interesan en lo paranormal o lo esotérico, que prefieren abordar el tema bajo la premisa de que la magia es una disciplina que ayuda a entrar en contacto con las fuerzas astrales. A pesar de que en cada una de las definiciones que acabamos de ver hay algo de verdad, la complejidad y la sutileza de esta última exige una explicación mucho más extensa y detallada.
Puesto que quiero afrontar el tema de forma seria y profunda, no puedo contentarme con mencionar de una manera vaga estas ideas, sino que es preciso que intente esbozar una definición mucho más precisa que nos ayude a comprender este fenómeno en toda su complejidad.
Uno de los magos más importantes de nuestro tiempo, Aleister Crowley, que citaré a menudo a lo largo del libro, definió la magia como el «arte de provocar cambios conformes a la voluntad. Cada cambio puede obtenerse mediante la aplicación del grado y de las especies de fuerza más adecuados, de la forma más adecuada y a través del medio más adecuado dirigido hacia el objeto más adecuado».
Así pues, para este estudioso, la magia es una forma de conocimiento que, además, no es abstracta ni tampoco es un fin en sí misma, sino que intenta proyectarse hacia la consecución de un fin concreto.
Es decir, que podemos afirmar en términos más modernos, que la magia es un conocimiento operativo de la realidad.
De todos modos, aunque esta definición es verdadera, según mi opinión es del todo insuficiente porque no diferencia la magia de otras disciplinas completamente diversas, como, por ejemplo, la ciencia, porque también esta última, de hecho, enseña a utilizar los instrumentos adecuados para obtener los efectos deseados.
Lo que diferencia a las dos disciplinas es esencialmente el método utilizado. Mientras la ciencia aspira constantemente a un punto de vista impersonal y objetivo, la magia se basa precisamente en las experiencias personales y subjetivas de quien la practica.
Nos gustaría aclarar al máximo este concepto porque me parece fundamental para la comprensión correcta de todo el libro.
Cuando un científico descubre una de las muchas leyes que rigen la naturaleza, se esfuerza por describirla de una manera universal que pueda aplicarse en todos los casos. Sobre todo se preocupa por lograr que el proceso que le ha conducido al descubrimiento sea repetible por todas aquellas personas que, conociendo el método científico oportuno, quieran verificar el valor. De esta forma, un científico norteamericano que pretenda construir un radar utilizará las mismas fórmulas y los mismos principios básicos que han guiado el trabajo de un colega suyo ruso o japonés. Y esto porque, en el caso específico, el funcionamiento del radar depende de factores que no cambian en función del lugar, del tiempo y de la intervención humana, es decir, que se basa en principios universales.
Otro ejemplo análogo está formado por la ley que regula el movimiento de caída de los pesos, que estudiaron Galileo Galilei y otros físicos en los albores de la ciencia moderna.
Esta ley se estableció después de largas y pacientes sesiones de observación del movimiento de diversos objetos de varias formas y pesos que se dejaban caer sobre planos de diversas inclinaciones y de distinta longitud.
De esta manera, los tiempos de caída y la longitud recorrida se midieron y se compararon; se llegó de esta forma a la redacción de fórmulas matemáticas que los relacionaron, describiendo el fenómeno en la totalidad de sus factores. Estas fórmulas continúan siendo válidas en la actualidad, aunque nadie observa ya la caída de los objetos: los principios que regulan el fenómeno son de alguna manera innatos en el propio fenómeno natural y, como todo el mundo sabe, eran verdaderos incluso antes de que alguien los descubriera.
A diferencia de lo que acabamos de ver, el mago no se comporta en ningún caso como un científico, sino que intenta que se produzcan acontecimientos extraordinarios o intenta cambiar diversas realidades de manera sustancial con una metodología basada en los conocimientos tradicionales de su pueblo y en su propia experiencia personal.
Por esta razón, un brujo de México que quiera invocar la lluvia para que caiga sobre los prados áridos de su tribu utilizará fórmulas y operaciones muy diferentes de las que utilizaría un mago chino o africano.
Queremos destacar, además, que todos aquellos acontecimientos que sean realmente mágicos no se repiten nunca, ni desde el punto de vista cualitativo ni desde el cuantitativo, por el mismo operador, porque dependen de varios factores físicos y psíquicos. Todavía es menos posible que otro mago sea capaz de reproducirlos exactamente.
En otras palabras, mientras las leyes científicas se refieren a la naturaleza en sí misma (y por ello se llaman también «leyes naturales»), los principios mágicos se basan en la interacción entre el propio mago y la naturaleza.
A manera de inciso, diremos que es precisamente a causa de esta radical diferencia que la ciencia oficial observa la magia y las demás disciplinas colaterales con tanta sospecha y suficiencia.
No obstante, a pesar de la esencia subjetiva del acontecimiento mágico, es verdad que la magia puede enseñarse y puede aprenderse, si nos atenemos a la existencia de tradiciones y prácticas mágicas difundidas de una manera más o menos extensa y además algunos trazos fundamentales de la magia se encuentran en casi todas las culturas de la tierra.
Pero cada mago, después de haber iniciado el propio camino de conocimiento, debe desarrollar por su cuenta las diferentes técnicas que haya aprendido y hacerlas suyas para levantar el vuelo; de otro modo todo lo que ha aprendido no tendrá ninguna validez.
Forma parte precisamente de la esencia de la propia magia implicar no sólo la inteligencia de los adeptos, sino también toda una serie de otros aspectos de la personalidad, entre los que sobresale de forma particular la voluntad, que es el motor necesario para hacer real el conocimiento mágico. El entrenamiento de la voluntad constituye una parte esencial de la preparación y mantenimiento de las fuerzas de cada mago, junto con el estudio y la acumulación de saberes teóricos.
No queremos alargarnos sobre este concepto tan elemental porque más adelante encontraremos todas las explicaciones y, sobre todo, los ejercicios más idóneos para reforzar la mente y la voluntad. Aquí será suficiente precisar que debe tratarse de un entrenamiento constante y serio, orientado a interiorizar los conocimientos personales de cada uno. Quienes deseen acceder a la dimensión mágica deberán comportarse como si fueran deportistas profesionales, habituados a realizar todos los ejercicios propios de su especialidad con gran naturalidad, como si se tratase de algo que perteneciera a su propia esencia, y no estuviera obligado por órdenes o demandas externas, que provocan únicamente actitudes mecánicas.
También desde este punto de vista la diferencia entre el mago y el científico es muy profunda: este último, de hecho, no tiene que realizar realmente un trabajo de preparación sobre sí mismo, sino que sólo debe estudiar y aprender métodos, criterios, técnicas y nociones. El trabajo que se exige a quienes desean aprender magia, en cambio, proporciona al adepto que no se pierde por el camino un notable crecimiento interior, comparable con el que se obtiene con otras disciplinas mentales o místicas, como por ejemplo el yoga.
En este sentido, se puede decir que la magia se realiza en el propio mago y que sus manifestaciones externas no son más que emanaciones de esta primera y fundamental «obra» realizada en la personalidad del mago.
Para completar este proceso de aprendizaje e iniciación es necesario afrontar ahora el discurso que se refiere al llamado «color» de la magia. De hecho, se oye decir comúnmente que puede tratarse de magia blanca, rosa o negra, como si la disciplina tuviera tres naturalezas distintas. En realidad, la magia es única y no tiene colores. Lo que cambia son los motivos y el contenido de la ceremonia utilizada: únicamente el contenido «cambia de color».
Con la expresión magia blanca se pretenden definir todas las prácticas con objetivos buenos (purificación, ceremonias de salud, de serenidad, acercamiento de personas, de trabajo, de bienestar, etc.).
Con la expresión magia roja se señalan principalmente los rituales de amor y pasión, que son a menudo de fondo sexual (vínculos, fortalecimiento sexual, etc.).
La expresión magia negra posee aspectos muy delicados y merece un tratamiento aparte. Demasiado a menudo, cuando se oye hablar de magia negra, la mente se imagina los rituales de origen satánico, caracterizados por actos salvajes y sangrientos. En el mejor de los casos se piensa en la magia negra como el ámbito en el que se celebran los rituales orientados a provocar el mal en alguna persona (mal de ojo, hechizos, maleficios con intención de dividir, destruir e incluso hacer morir a alguien). Según este punto de vista, la magia negra sólo la ejercerían personas malvadas y privadas de cualquier tipo de escrúpulos.
Sin embargo, la realidad no es exactamente así: incluso el mago más espiritualmente elevado está obligado a realizar rituales «negros», precisamente para combatir y destruir las operaciones negativas producidas del mismo modo. Para explicarnos mejor, podemos utilizar como ejemplo el principio sobre el que se basa la medicina homeopática: para curar una enfermedad, es preciso provocar en el organismo los síntomas de la propia enfermedad.
No obstante, debe quedar claro que trabajar con magia negra de manera positiva es muy complicado y es necesario tener mucha experiencia, por lo que es mejor abstenerse de este tipo de prácticas. Es superfluo decir que las personas que, en cambio, deseen dedicarse a esta disciplina con la finalidad de actuar en sentido negativo, es decir, de provocar el mal, tendrán que pagar un precio muy alto, y no sólo en lo referente a su propia conciencia sino incluso desde un punto de vista físico. De hecho, en estos casos, la energía que se mueve es tan intensa y peligrosa que es muy difícil controlarla, ya que la llamada onda de retorno ha causado enormes desgracias en muchísimos casos.
Indiscutiblemente, los métodos adoptados por estos rituales son muy potentes y eficaces; así pues, si alguien quisiera probarlos, los daños que se producirían serían tales y tantos que harían desistir incluso al más desconsiderado de los hombres.
Después de haber sacado a la luz, hasta ahora, todos los aspectos sobresalientes de la materia, se puede definir la magia como una profunda forma de conocimiento operativo de las interacciones entre naturaleza y sujeto, completamente realizada en la persona que la practica.
Mercurio al lado de la hoguera utilizada para operaciones alquímicas; la imagen simboliza el conocimiento que obra sobre la persona para refinarla
Al leer esta definición, uno puede llegar a creer que la magia es una disciplina muy comprometedora y reservada sólo a unos pocos adeptos o a espíritus superiores.
Ciertamente esto es verdad para aquellas personas que pretenden hacer de la magia su razón de vida, deseen emprender la actividad con miras profesionales y alcanzar los niveles máximos de conocimiento y poder.
Seguramente, algunas de las personas que sigan este curso de magia lo conseguirán después de un duro y larguísimo camino iniciático, pero la mayor parte de vosotros sabrá contentarse con resultados más modestos, aunque no menos interesantes.
Por otra parte, muchos nacen con la pasión por el esquí o el fútbol, pero no todos pueden o pretenden sacrificarse tanto y conseguir llegar a los niveles de un verdadero campeón.
0 comments:
Publicar un comentario