Igual que los dioses, los espíritus son entidades inmateriales dotadas de inteligencia, voluntad y poder. Pero no es necesario incurrir en la equivocación de quien considera espíritu las entidades de los muertos evocados por los médium.
La diferencia entre dioses y espíritus consiste en el hecho de que mientras los dioses no están nunca al servicio de los hombres (salvando poquísimas excepciones), los espíritus pueden, en mayor o en menor grado, someterse a quienes los invocan de la manera correcta.
Por esta razón, los dioses pueden ser exclusivamente invocados por la plegaria: podemos dirigirnos a ellos para obtener el socorro y la bendición, pero ellos responderán únicamente por condescendencia o misericordia. En cambio, los espíritus pueden ser, en algunas condiciones, incluso fieles servidores y ayudantes.
La creencia en los espíritus se encuentra más o menos desarrollada en todas las tradiciones mágicas. Aunque son sobre todo los pueblos más primitivos y antiguos los que recurren con frecuencia a ellos, todos los magos, incluso en la actualidad, conocen diversas invocaciones para pedir su ayuda. Supongamos, por ejemplo, que una persona iniciada en la magia quiere obtener los favores de Barbatos, uno de los setenta y dos espíritus citados por Salomón en su conocido tratado Clavicula Salomonis, dada la predisposición de esta entidad a la reconciliación entre las personas y al restablecimiento de la serenidad y del clima amistoso.
Después, se dirigirá al espíritu de forma decidida y con tono de mando, llamándolo para proponerle sus deseos.
«Oh Barbatos, te mando llamar para que salgas de las tinieblas y vengas a mí para ayudarme a traer la serenidad y la armonía entre [nombre de la persona] y [nombre de la segunda persona], que necesitan tu ayuda.
»Ven en mi ayuda y sírveme como serviste un día a Salomón y como correctamente sirves a todos los que te llaman.
»Realiza a la perfección todo lo que te pido porque es justo y correcto y porque te lo pido en el nombre sagrado de Dios, de Adonai, nuestro Creador y Patrón.»
Al final del ritual, el mago que lo invoque tendrá que despedirse del espíritu no sin antes recordarle que su relación se mantiene en pie.
«Ahora que has obedecido mis órdenes, vuelve al lugar de donde procedes y permanece siempre a mi disposición cada vez que te necesite.
»Te pido, te mando y ordeno que todo esto se haga de la mejor manera posible y con la mayor prontitud.»
Los términos de la invocación pueden incluso no coincidir completamente con los que acabo de presentar. De hecho, la forma que acabamos de describir es sólo un ejemplo para proporcionar un camino a seguir. Cada iniciado, como no me cansaré de repetir, tiene que realizar sus rituales siguiendo reglas precisas, pero tendrá que integrar estas últimas con la propia experiencia y sensibilidad. De hecho, no hay nada en la magia que esté establecido rígidamente, sólo el respeto de sí mismos y de lo que se cumple.
Una de las primeras cualidades que se deben adquirir, una vez que nos hemos decidido a emprender seriamente el estudio de esta materia, es la capacidad de percibir las propias sensaciones íntimas y de dejarse llevar por la propia imaginación, sin perder de vista una cierta actitud mesurada.
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