LA INICIACIÓN A LA MAGIA



En ninguna sociedad humana, por arcaica que pueda parecernos, ninguna persona puede convertirse en mago de un día para otro, sino que está previsto un proceso de aprendizaje largo y cansado, durante el cual el aspirante tiene que ser atendido por un maestro preparado que lo guíe en todo momento supervisando sus progresos y errores.

Este proceso provoca un cambio tan radical en la personalidad, que las civilizaciones primitivas veían en él la muerte del aspirante, el desmembramiento de su cuerpo y su reconstitución por obra de los espíritus.

Sin llegar a tanto, aconsejamos emprender este proceso de renovación a través de una serie de ejercicios preliminares, que tendrían que realizarse antes de empezar el verdadero curso.

La primera serie de ejercicios tiene precisamente la finalidad de reforzar la voluntad. Tal vez alguien pueda encontrar ridículo este consejo, pensando de forma errónea que el deseo es una acción espontánea y, por lo tanto, fácil de llevar a cabo.

Ciertamente, es muy fácil decir: «Quiero un automóvil y como tengo el dinero necesario voy a comprarlo ahora mismo».

Tenemos las ganas de hacerlo, poseemos los medios para realizarlo: nada nos parece más fácil. Pero intentemos imaginar lo que tendríamos que hacer si, por ejemplo, no tuviéramos toda la cantidad de dinero necesaria.

Para empezar, tendríamos dos posibilidades: o renunciamos a nuestro sueño o intentamos ahorrar un poco más para alcanzar nuestro objetivo. En ambos casos tendríamos que hacer algunos sacrificios.

Y lo conseguiríamos sólo si nuestro deseo fuera realmente firme, es decir, si nuestra voluntad fuera capaz de superar cualquier fatiga. ¿Pero cómo es posible aprender a desear?

Pereza y olvido son enemigos jurados de la voluntad y, por lo tanto, son los primeros obstáculos que deben eliminarse.

Hemos de tener en cuenta que a medida que nos vayamos preocupando más de nuestro objetivo, más iremos acumulando en nosotros mismos las fuerzas necesarias para alcanzarlo.

Las prácticas que en apariencia son más insignificantes, que podrían parecernos extrañas y alejadas de lo que nos hemos prefijado, son al contrario muy importantes; lo esencial es llevarlas hacia delante con perseverancia y fe. Sólo de esta forma se vuelven instrumentos importantísimos, porque educan, ejercen y dirigen la voluntad.

Además, es necesario subrayar el hecho de que para poder realizar una acción es indispensable creer que se puede transformar enseguida esta certidumbre en acción.

Para aventurarnos en el mundo mágico debemos enseguida imponernos unas reglas de vida simples y ordenadas, obviamente respetando siempre nuestros biorritmos naturales y nuestras exigencias diarias.

Estas son las reglas que deben seguirse en todo momento:

• Debemos habituarnos a levantarnos cada día a la misma hora y empezar el día con este pequeño ejercicio de respiración:

— relajados, en posición supina y manteniendo los ojos cerrados, inspiraremos lentamente por la nariz, procurando retener la respiración durante unos segundos y espirar luego por la boca, esforzándonos por bajar lo más posible el diafragma;

— contendremos la respiración durante unos instantes y repetiremos la operación cinco veces;

— nos levantaremos y, sea cual sea el tiempo atmosférico, abriremos la ventana;

— permaneceremos en posición erecta y acercaremos el pie derecho hasta que toque nuestra pantorrilla izquierda (en el caso de que la persona que lo practique sea zurda, realizará el ejercicio al revés);

— levantaremos ahora los brazos por encima de la cabeza, de manera que las palmas de las manos se toquen; de esta forma habremos formado una especie de antena catalizadora que nos pondrá en contacto directo con las fuerzas de la naturaleza; al cabo de unos instantes bajaremos los brazos y empezaremos con nuestra jornada.

• Debemos tener cuidado y ser limpios, vestirnos de forma ordenada y mantener en cada situación un comportamiento educado.

• Cada día tenemos que dedicar por lo menos un cuarto de hora a nosotros mismos, aislándonos en un lugar adecuado para poder cumplir los ejercicios de concentración y meditación.

• Es aconsejable mantener una especie de diario en el que anotaremos con mucho cuidado nuestros pensamientos, nuestros sueños, los pequeños o grandes cambios que podremos notar en nosotros mismos, los errores que hemos cometido y nuestras victorias.

• Por la noche, antes de ir a dormir, tenemos que realizar de nuevo el ejercicio de respiración que hemos descrito antes y esforzarnos luego por repasar mentalmente todo lo que ha acaecido a lo largo de nuestra jornada de forma destacada, procurando juzgar las acciones realizadas con imparcialidad.

• Debemos ser muy discretos (se trata de una regla muy importante): tenemos que obligarnos a no hablar con nadie de lo que estamos haciendo y estoy convencida que para muchas personas esto será un desafío notable, pero indispensable y enriquecedor.

• Con el tiempo, también tendremos que cambiar nuestro comportamiento con la gente que nos encontremos, procurando ser cordiales y respetuosos con todo el mundo, sin dejarnos absorber demasiado por las pasiones de los demás. El gran mago es el que sabe comprender cada situación sin dejarse llevar por sentimentalismos peligrosos que no le permitirían mantener la distancia necesaria y la lucidez mental indispensable para trabajar bien.

• Finalmente, debemos encontrar una manera personal de practicar estos ejercicios. La repetición de una acción cualquiera que no estamos acostumbrados a cumplir y que quizá nos moleste un poco constituirá un entrenamiento de la voluntad. Podríamos, por ejemplo, beber un vaso de agua cada mañana antes de levantarnos (si somos de los que beben demasiado poco), hacer gimnasia si somos perezosos, etc. Lo esencial es que seamos perseverantes y que recordemos en cada momento que con este sistema estamos construyendo nuestra «voluntad mágica».



0 comments:

Publicar un comentario

Entradas populares

Entrada destacada

DICCIONARIO DE SANTERÍA

Abikú: Un espíritu dañino que posesiona a un niño pequeño y lo enferma hasta que muere.   Acuelle: Bendición.   Afoché: Un polvo...