En el año 1656, Italia se vio desolada por una gran plaga y San Carlos se dedicó intensamente a cuidar a las víctimas. Atendió a los más enfermos más graves, proporcionando oración, atención médica, comida y asistencia. Realizó numerosos milagros de curación e incluso en más de una ocasión multiplicó los alimentos para que pudieran llegar a todos los necesitados. En esta ocasión, y como todas sus obras, las llevó a cabo amor, sinceridad y humildad.
ORACIÓN
Glorioso San Carlos de Sezze,
humilde y devota alma consagrada
a Dios, nuestro Padre y Señor,
que siguiendo los pasos del peregrino de Asís,
te entregaste en cuerpo y alma
a la orden de los hermanos menores.
Reconociendo en ti tus limitaciones y pobrezas
sólo quisiste ser un pobre hermano lego
a la vez que pedías limosna por las aldeas,
mendigando alimentos y unas cuantas monedas.
Mientras que algunos se reían de tu simplicidad,
Dios te amaba y se fijó en ti,
eligiéndote como favorito suyo,
por este motivo, y por la devoción y el amor
que hacía ti profeso, te ruego accedas
a ser mi abogado, protector y mediador
para presentar mi súplica al Señor,
y que sea El Altísimo quien cure mis males y penas,
que restaure mi salud y aumente mis ingresos,
pues son las necesidades que en este momento
hacen que mi vida esté seriamente afectada,
y sin tu poderosa ayuda, temo,
no lograr salir adelante en esta situación.
(Exponer con más detalle el problema)
San Carlos de Sezze, santo mío,
también quisiera ser tan humilde como tu,
bendiciendo cada día a Cristo, y a la vez,
sintiéndome bendecido por Él,
para que de este modo a través de mí
quienes se acerquen, no me vean a mí,
que yo pasé desapercibido, invisible,
pero que también ellos sientan las bendiciones
que Nuestro Señor nos otorga día a día.
Que la gloria de Dios resplandezca siempre
iluminando de alegría, bondad y amor
los corazones que con tu valiosa influencia
has creado para Dios.
Amén
El Peso del Rencor
Extraordinaria sabiduría la de los santos, que saben perdonar. El rencor y el deseo de venganza, cuando se albergan en un corazón, llegan a pesar de una manera insoportable. Tal era, en síntesis, el pensamiento de San Carlos de Sezze.
Una anécdota notable de San Carlos de Sezze muestra de manera evidente de qué modo obraba en él la sabiduría de los que viven en estado de gracia. Al relatar esta anécdota, quedará claro para todos de qué modo tan sencillo y tan limpio se trabaja por la paz.
Contaba treinta y tres años de edad tan admirable varón (la edad de Cristo al morir por la Redención del hombre), cuando volvió a Roma como sacristán del convento de San Pedro in Montorio.
Un día, le dieron la noticia de que dos hombres habían dado muerte a un tío suyo, de una manera cobarde y ruin. Resulta que este tío de Carlos —sacerdote recto y prudente— se había enterado de que dichos hombres practicaban abusos y desórdenes sin escrúpulo alguno. Después de cometer sus fechorías, se dirigían al templo y fingían ser buenos feligreses.
El sacerdote, teniendo pruebas de las faltas cometidas por semejantes bribones, los llamó a cuentas y los amonestó severamente.
—¡No se puede tener tal doblez! —les había dicho—. Es preciso que os enmendéis, y que tengáis una conducta consecuente con vuestra fe cristiana.
Había en su acento algo más que una simple reconvención. Los malvados sintieron en tales palabras una seria advertencia. Entonces, indignados y temerosos a la vez, decidieron dar muerte al sacerdote. Así lo hicieron, y en seguida se dieron a la fuga.
Cuando Carlos de Sezze se enteró, sintió una terrible indignación. Conocía bien a los malhechores y a sus familias. Sin poderlo evitar, un sentimiento de rencor y un vivo deseo de venganza comenzaron a apoderarse de su corazón. Día y noche, esos oscuros sentimientos lo torturaban sin cesar.
Por aquella época, fray Carlos tuvo que hacer una visita a su tierra natal, Sezze, que era el lugar donde vivían los familiares de los asesinos de su tío.
Yendo de camino, sintió que se avivaban en él los sentimientos negativos que el crimen le había despertado. El rencor se revolvía en su pecho, y parecía afectarle al corazón, a la cabeza misma. Pero no estaba solo. Cuando la gracia inspira a alguien, jamás se está solo.
Tuvo entonces una poderosa reacción, y anheló ardientemente llegar a su pueblo, que, por cierto, no estaba muy distante de Roma. En la casa de los parientes de los malhechores, llamaron a la puerta muy de mañana. Cuando abrieron, se quedaron atónitos: frente a ellos estaba el sobrino de la víctima.
Por un instante, pensaron que vendría a tomarles cuentas, a exigir que revelaran dónde se ocultaban los prófugos. Pero sus temores se desvanecieron al ver el rostro apacible y sonriente del santo.
Carlos de Sezze entró en la, casa, dialogó fraternalmente con la familia que creía aborrecer, y concedió a todos un amplio y generoso perdón.
Ellos y él se prometieron sincera amistad, y el santo no volvió jamás a experimentar rencor alguno por el crimen cometido en la persona de su tío. Tan virtuosos sentimientos aligeraron su corazón, lo dejaron limpio y liviano, y más encendido de amor por su prójimo que antes.
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