San Gil es santo patrono de los mendigos, los pobres, las personas con discapacidad, pacientes con cáncer y especialmente invocado en casos de plagas.
San Gil abandonó su país natal y se retiró a la soledad para escapar de los beneficios del mundo, y sirvió a Dios como un solitario. Para llevar una vida así, debe haber una llamada especial de Dios. No es adecuado para todos, e incluso es inconsistente con los deberes de la mayoría de los hombres. Pero todos son capaces de renunciar a sus afectos con las criaturas, y de alcanzar un amor puro y santo de Dios. Al hacer que el servicio de Dios sea el motivo de los pensamientos y las acciones, se santifica toda la vida.
En cualquier momento de nuestra vida en que podamos ubicarnos, tenemos la oportunidad de someter nuestras malas inclinaciones, de cuidar nuestros corazones y de purificar nuestros sentidos con la meditación y la oración. De este modo, cada uno, puede convertirse en un santo, al hacer de su momento un ejercicio de virtud y de cada acto un paso más alto hacia la perfección y la gloria eterna.
ORACIÓN
Glorioso San Gil, que desde niño,
Dios te concedió el don de la sanación
por tus muchas virtudes y la gran caridad,
que siempre ejercitaste con tu prójimo,
especialmente con los mas pobres,
a quienes procurabas sustento y vestido.
Bendito asceta, elegido del Señor,
que en tu retiro del mundo
y viviendo en una cueva
para que no pasaras hambre
consintió en que fueras alimentado
por una cierva que Él te envió.
Acudo hoy a ti, lleno de confianza
en que intercederás por mi ante Dios
y presentada por ti mi súplica
no podrá negarse a darle cumplimiento
pues eres sin duda, uno de sus favoritos,
gran santo auxiliador.
Con una especial devoción,
Con una especial devoción,
te pido que:
(Exponer la súplica y hacer la petición)
Tu caridad, que es un gran reflejo
de la de Dios, Padre y Señor nuestro,
te inclina a socorrer toda miseria,
a consolar todas las penas,
y a dar cumplimiento y solución
a todo deseo y necesidad,
no me dejes pues en el abandono
mira tantas necesidades como tengo,
tantas penas como acumulo,
y posa tu benigna mirada en mi.
Yo en este día te prometo
la práctica de las buenas obras,
e imitar en tanto pueda, tus virtudes,
en agradecimiento a tus favores.
Antífona:
Señor Dios, que ilustraste con los milagros esclarecidos
los escondrijos humildes del glorioso Abad San Gil:
apaga en mi todo apetito de gloría vana del mundo,
para que mediante sus merecimientos,
consiga en el Cielo la gloria verdadera.
consiga en el Cielo la gloria verdadera.
Por nuestro Señor Jesucristo Hijo tuyo,
que contigo vive y reina
en unidad del Espíritu Santo Dios,
por todos los siglos de los siglos.
Amén
San Gil, también llamado San Egidio, nació en la ciudad de Atenas (Grecia) y era de sangre real. Es considerado uno de los 14 Santos Auxiliadores.
Desde niño, el santo, demostró gran facilidad para los estudios y estar lleno de virtudes, especialmente de la caridad. A muy temprana edad comenzó a hacer milagros:
Desde niño, el santo, demostró gran facilidad para los estudios y estar lleno de virtudes, especialmente de la caridad. A muy temprana edad comenzó a hacer milagros:
Un día que se dirigía a la iglesia, pobre enfermo le pidió limosna, le dio su túnica, y al ponérsela quedó sanado de su enfermedad. A otro hombre, a quien había mordido una serpiente y estaba a punto de morir se sanó orando por él.
Hizo el Señor otros muchos milagros por el y por ellos se comenzó a divulgar su santidad, pero como era humilde en extremo y no quería ser halagado se embarcó hacia Arlés, Francia, donde también obró muchos prodigios. Dejó el poblado, y penetrando en el bosque, se encontró con Veredimio, ermitaño y hombre de reconocidas virtudes a quien decidió acompañar por un tiempo renunciando al contacto humano y a las glorias del mundo. Encontró una cueva donde hacer vida de asceta y penitencia, durmiendo en la tierra, dedicado a la vida contemplativa y sustentándose con la leche de una cierva.
Hizo el Señor otros muchos milagros por el y por ellos se comenzó a divulgar su santidad, pero como era humilde en extremo y no quería ser halagado se embarcó hacia Arlés, Francia, donde también obró muchos prodigios. Dejó el poblado, y penetrando en el bosque, se encontró con Veredimio, ermitaño y hombre de reconocidas virtudes a quien decidió acompañar por un tiempo renunciando al contacto humano y a las glorias del mundo. Encontró una cueva donde hacer vida de asceta y penitencia, durmiendo en la tierra, dedicado a la vida contemplativa y sustentándose con la leche de una cierva.
Cierto día que habían salido a cazar los cazadores del rey, tirando a dar a la cierva, le hirieron a él, descubriendo su lugar de retiro. No dejó que le curasen, pero el rey informado del suceso comenzó a visitarle con asiduidad y pasado un tiempo decidió edificarle un convento del que fue abad durante muchos años y habiendo vivido santamente, dio su alma al Señor el día primero de Septiembre del año 71o.
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