SANTA MARGARITA MARIA ALACOQUE, ORACIÓN PARA SOLICITAR UN FAVOR DE LA SANTA

 
La difusión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se debe a santa Margarita de Alacoque a quien Jesús se le apareció con estas palabras:
 
"Mira este corazón mío, que a pesar de consumirse en amor abrasador por los hombres, no recibe de los cristianos otra cosa que sacrilegio, desprecio, indiferencia e ingratitud, aún en el mismo sacramento de mi amor. Pero lo que traspasa mi Corazón más desgarradamente es que estos insultos los recibo de personas consagradas especialmente a mi servicio."


ORACIÓN

¡Oh Bienaventurada Margarita María!
depositaria venturosa del tesoro de los cielos,
el Corazón Divino de Jesús,
permite que, considerándote mi hermana,
en este incomparable amor,
te ruegue me des con generosidad,
la parte que me corresponde
en esa mansión de infinita caridad.
 
Confidente de Jesús, acércame tú
al Sagrario de su pecho herido.
 
Esposa de predilección,
enséñame a sufrir por la dilatación
de aquel reinado cuya causa te confió el Maestro.
 
Apóstol del Sagrado Corazón,
consígueme que se realicen conmigo
las promesas que en beneficio de su gloria,
te hizo ochenta y siete veces el Amado.
 
Discípula regalada del Divino Corazón,
enséñame la ciencia de conocerlo
como lo conociste tú,
en el perfecto olvido de mí mismo y de la tierra.
 
Víctima del Corazón de Jesús Sacramentado,
toma el mío, y ocúltalo en la llaga donde tú viviste, compartiendo ahí las agonías
del Cautivo del amor, de Jesús-Eucaristía.
 
El, te dijo, hermana muy amada,
que dispusieras en la eternidad del cielo,
de este otro cielo, el de su Corazón Sacramentado.
 
¡Oh Margarita María!
entrégamelo, pues, para consumirme en ese incendio,
dámelo para llevarlo como vida redentora
a los pobres pecadores y como glorificación
de ese mismo Corazón Divino
a las almas de los justos.
 
¡Ah, sí! compartamos, hermana mía
el mismo sacrificio, el mismo apostolado,
el mismo paraíso del Corazón Divino de Jesús:
venga a nos su reino.
 
Amén
 
Hacer una petición a Santa Margarita María,
con la total confianza de que será
escuchada y atendida por la santa. 

Afortunadamente para la Iglesia Católica, poseemos una autobiografía de Santa Margarita Alacoque, escrita por orden de uno de sus directores espirituales, el P. Rolin, S.J. y numerosas cartas dirigidas por ella a varias personas, todo lo cual nos permite adivinar algo de la grandeza de esta alma destinada por Dios a difundir en el mundo la preciosa devoción al Sagrado Corazón de Jesús.


Nació Margarita María Alacoque en el pueblo de Verosvres, en Francia, el día 22 de julio de 1647. Su padre Claudio era Notario real y estaba casado con Filiberta Delaroche. Tuvieron cinco hijos, de los cuales Margarita fue religiosa de la Visitación y Jacobo fue sacerdote secular. La familia disfrutaba de una buena posición económica cuando la santa era niña, pero a la muerte de Claudio Alacoque las cosas cambiaron en gran manera, durante la minoría del heredero Juan; los tíos de éste, que fungieron como tutores, trataron a Filiberta y a sus hijos con dureza y crueldad insoportables.
 
Casi tenían que pedir limosna para comer, pues todo se guardaba bajo llave y se les daba racionado estrictamente. Margarita primero y su madre después, pasaron graves enfermedades en este tiempo, hasta que habiendo Juan Alacoque cumplido los veintiún años, fueron despedidos los Delaroche y restablecida la independencia doméstica.
 
Entre tanto Margarita, que desde muy niña sentía un atractivo irresistible a la piedad y un horror inmenso a todo lo que pudiera ser ofensa a Dios, había hecho voto de castidad, aunque sin saber bien lo que ofrecía, y había pasado algunos años como interna en casa de religiosas, quienes la prepararon para su primera comunión y advirtieron desde entonces que algo muy desusado ocurría en aquella niña, pues parecía como fuera de sí, abismada en pensamientos misteriosos, y huía repentinamente para entrar en la capilla, donde oraba con un fervor inusitado.

Cuando más tarde las cosas se restablecieron debidamente en su casa paterna, Margarita tuvo varios pretendientes que aspiraban a tomarla por esposa, pero ella sentía ya muy claro el llamamiento a la vida religiosa y sólo deseaba saber en cuál de los diversos conventos la quería Dios.

En cierta ocasión, mientras visitaba el convento de las religiosas Salesas, o de la Visitación de Nuestra Señora, vio un retrato de San Francisco de Sales, cuyos ojos parecían decirle que ella sería también su hija, y otra vez la Santísima Virgen le manifestó que la quería entre las religiosas de la Visitación. Vencidas no pocas dificultades, y después de varios años de espera, Margarita logró entrar como religiosa en el monasterio de la Visitación de Paray le Monial, a los 23 años de edad.

Nunca se vio una novicia tan observante, humilde y obediente como Margarita, pero eso no podía impedir que el Señor la quisiera conducir por caminos extraordinarios y que su vida interior no fuera del todo semejante a la que la Regla de la Visitación traza para sus religiosas. Esto fue causa de cavilaciones y dudas por parte de las Superioras de Margarita.
 
Se hizo todo lo posible por sujetarla al molde común, y ella misma se esforzaba cuanto podía por acomodarse a lo que la obediencia le exigía, pero no lo conseguía. Así pasó el tiempo del noviciado y nuevamente hubo dudas sobre si era inútil a la comunidad y si convendría o no admitirla a la profesión religiosa. Así estaban las cosas cuando el mismo Jesucristo le ordenó ir a hablar con la Superiora del convento, con estas palabras:
 
"Di a tu Superiora que no hay razón para temer el recibirte, pues yo respondo de ti, y seré tu fiador, si me juzga capaz de serlo".
 
Después también le ordenó que dijera a la Superiora que la haría más útil a la Orden de lo que pensaba, pero de una manera desconocida todavía a ambas.
 
Hecha su profesión comenzó a recibir confidencias y manifestaciones de Jesucristo, quien cada vez le iba descubriendo más y más sus amorosos designios y el fin al que la destinaba, como mensajera de su amor a los hombres.
 
Al mismo tiempo la iba formando y educando, como un verdadero Maestro, en el camino de la perfección; pero siempre de tal modo que la santa tuviera que contar con el permiso y aprobación de sus legítimas superioras para todas las cosas que el Señor le mandaba hacer.
 
En cierta ocasión le dijo:
 
"Si no te has dado hasta el presente otro nombre que el de mi esclava, yo te doy desde ahora el de discípula muy querida de mi Sagrado Corazón".
 
Entre tanto, iba el Señor pidiéndole que comulgara con más frecuencia, que lo hiciera todos los primeros viernes, que todas las noches de los jueves se pasara en oración una hora entre las once y las doce para acompañarle en su agonía del huerto de los olivos y finalmente le hizo la gran revelación de su Divino Corazón inflamado en amor por los hombres y despreciado, ofendido y vilipendiado por ellos, y le pidió que se estableciese en la Iglesia una fiesta especial dedicada a honrar su Sagrado Corazón, precisamente el viernes que sigue a la octava del Corpus, y que en ella se comulgasen reparación de la frialdad e indiferencia ofensas que Jesús recibe durante su permanencia en el Santísimo Sacramento.

Juntamente iba el Señor haciendo  aquellas sus tan conocidas promesas y de una manera especial la llamada "Gran Promesa" que declaró con estas palabras:
 
"Te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón que su amor omnipotente concederá a todos los que comulguen Nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la Penitencia final: no morirán en mi desgracia y sin haber recibido los Santos Sacramentos, mi divino Corazón será su asilo en su último momento."

La santa en primer lugar y las religiosas que con ella vivían, al mismo tiempo, temían que todo aquello fuera una ilusión y engaño del demonio. Los sacerdotes que dirigían a la santa no la comprendían, ni sabían juzgar los fenómenos extraordinarios que en ella tenían lugar. La situación era ya angustiosa, cuando Jesucristo mismo se encargó de enviar un representante suyo en la persona del Beato Claudio de la Colombiere, sacerdote jesuita que llegaba por entonces como superior de la casa de estas religiosas en Paray le Monial.
 
El Padre De la Colombiere, de quien Jesús había dicho que era su "siervo fiel y perfecto amigo", tranquilizó por completo a la santa y a las demás personas que dudaban de ella y se hizo personalmente propagandista decidido de la devoción al Corazón de Jesús.
 
Lo que restaba de vida a Santa Margarita no fue sino para cumplir el encargo recibido de Jesucristo. Fue nombrada maestra de novicias, escribió numerosas cartas, vivió como ejemplo visible de lo que puede esta devoción para santificar un alma, y murió a los 43 años de edad en ese mismo convento.
 
Los deseos de Jesucristo se cumplieron y hoy la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y la comunión en los primeros viernes de mes se halla extendida por todo el mundo católico.
  

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