Glorioso San Andrés que dijiste:
"A menudo hablas y no escuchas a Dios hablarte"
ruega con tus plegarias por mi
para que mis alma permanezca
siempre atenta a las inspiraciones del Señor.
Hombre de oración y caridad,
a quien llamaban "El Buen Padre de todos"
cuando vivías en las más terribles circunstancias,
aterrado, escondido, apresado,
durante los años oscuros del Terror.
Hermosa vida dedicada a la educación de los niños
y al cuidado de los enfermos pobres,
visitando a los enfermos, evangelizando,
visitando a los enfermos, evangelizando,
levantando muchas vocaciones,
reemplazando a los sacerdotes,
y apoyando a otros
que participan en ministerios difíciles.
Por tu bendita caridad sin límites,
recurro hoy a ti para solicitarte
que me ayudes a solucionar
los graves problemas económicos
por los que atraviesa mi vida,
causándome tanta aflicción
que temo desfallecer y fallar
en el intento de solucionarlos por mi mismo.
Tu no conociste problema
al que supieras dar solución,
por ese motivo tu ayuda es para mi
necesaria e inestimable.
Buen Padre de todos,
apela a la Misericordia de Dios,
para que mis problemas obtengan
una resolución favorable,
y yo siga bendiciendo tu nombre
ahora y cuando llegue mi momento
junto a ti, en la Gloria de Dios.
Amén.
El Instrumento de Dios
Walter Muschg, en su Historia Trágica de la Literatura, refiere cómo los grandes profetas han recibido de improviso el mandato divino de difundir las profecías, y cómo este mandato ha sido recibido por ellos con cierta renuencia.
Walter Muschg, en su Historia Trágica de la Literatura, refiere cómo los grandes profetas han recibido de improviso el mandato divino de difundir las profecías, y cómo este mandato ha sido recibido por ellos con cierta renuencia.
Ninguno se ha creído digno de difundir la palabra de Dios, y cuando han cedido al fin, y aceptan cumplir la misión, lo hacen con una extraña mezcla de humildad y noble orgullo: humildad, por cuanto están convencidos de su humana ignorancia para expresar el mensaje divino; y noble orgullo por cuanto a que se saben portadores de un mensaje sobrenatural. El profeta no se educó para profeta; el don le vino de manera inesperada y repentina.
Entre los santos, aunque abundan aquellos que practicaron la virtud desde la infancia, hay también otros muchos que recibieron más tarde el toque de la gracia. Grandes ejemplos podríamos citar: San Pablo, San Agustín, y tantos otros.
Tal fue el caso de San Andrés Huberto, de quien podría decirse que hasta la mitad de su vida fue un sacerdote en cierto modo indiferente, rutinario, que trataba tan sólo de cumplir decorosamente con su ministerio. No estaba imbuido del espíritu de sacrificio y de pasión suprema; no profesaba la caridad con la fuerza de los elegidos.
Pero un día, las palabras de un mendigo fueron como un rayo de luz. El reproche amargo de un menesteroso le hizo reaccionar y reflexionar, por primera vez con toda profundidad, acerca de su verdadera misión. A partir de ese día, Andrés renunció a las riquezas y a los placeres del mundo, y decidió cumplir un verdadero ministerio de amor, de justicia y de sacrificio.
Entre los innumerables hechos de San Huberto, destaca particularmente el patrocinio con que favoreció a Isabel Bichier des Ages, fundadora de la Congregación conocida con el nombre de Instituto de Hijas de la Cruz. Las Hijas de la Cruz guardan hasta nuestros días una profunda devoción por San Andrés Huberto, a quien consideran el instrumento de Dios para la aprobación de su Comunidad.
No solamente eso; también dirigió a Isabel y a las veintitrés jóvenes que formaron inicialmente la Congregación. Bajo su saco consejo, el Instituto creció, se fortificó y proyectó sus luces al mundo.
He aquí cómo basta un momento de inspiración para modificar radicalmente una vida. No sólo los indiferentes, sino aun los pecadores, pueden ser en un determinado momento el instrumento de Dios, a veces sin esperarlo, a veces sin desearlo siquiera.
En el extraño ajedrez de la creación, Dios mueve sus piezas de manera inescrutable. Nunca se sabe en qué momento una grieta en el suelo, una piedra que caiga en el abismo, una red de pesca echada al mar, una rica mesa de blancos manteles serán el punto de partida de una grandiosa transformación. Y de todas las transformaciones, la más grande es la que experimenta el espíritu, porque no está limitada por el mundo físico, sino que se abre a las posibilidades infinitas de la acción superior.
San Andrés Huberto, el gran transformado, el instrumento de Dios, se nos muestra como uno de los más conmovedores ejemplos de lo que el hombre puede lograr cuando pone en una empresa toda la fuerza de su voluntad inquebrantable.
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