SAN JOSÉ MOSCATI, ORACIÓN AL BENDITO MÉDICO PARA PEDIR LA SANACIÓN DE UN ENFERMO

 
ORACIÓN
 
¡Oh Glorioso San José Moscati!
Bondadoso y ejemplar médico
que en el ejercicio de tu profesión
no solo curabas el cuerpo de tus pacientes,
ya que también dabas fuerzas a su espíritu:
mírame como devoto tuyo que a ti recurre
 en momentos de gran aflicción
para pedirte alivio para mis penas
y consuelo para mi espíritu.
 
Oh bendito médico, San José Moscati,
sincero seguidor de Jesús,
hombre de ciencia y fe, sincero y virtuoso
 dame la salud física y espiritual,
para que pueda servir con generosidad
a mis familiares, a mis semejantes,
alivia también las penas de los que padecen,
conforta a los enfermos.
 
Dales tu mano a los afligidos,
concede esperanza a todo aquel
que necesite ser sanado y consolado.
 
Santo benefactor de los enfermos,
pide un milagro para que ...........

(nombre de la persona enferma)
sea sanado de la enfermedad
que hoy tanto le aqueja.
 

Haz que los cuidados que reciba
sean los mejores,
que los médicos y enfermeras que lo atienden
encuentren rápida y efectiva solución para curarle,
que no pierda las ganas de luchar,
que ansíe vivir,
que no tenga sufrimiento
por sus dolores y malestares,
solicita un milagro para que .......
sea liberado de todo el mal físico
que afecta su cuerpo.

Gracias san José Moscati,
por escuchar nuestras súplicas,
tu que te entregaste total e incansablemente
a la cotidiana asistencia de los enfermos,
asiste en esta ocasión a .......,
te lo pedimos con inmensa confianza y fe,
préstale ayuda y conforta su cuerpo y alma.

Tú que en vida fuiste
un medico eficaz y cariñoso
y nos enseñaste la santidad en el trabajo
sigue siendo un modelo a seguir
para todos nosotros,
para que podamos conseguir acrecentar
nuestra honestidad y caridad
confiando siempre en el amor de Dios
aun en los momentos más difíciles,
y vivir cristianamente cumpliendo
con nuestras sagradas profesiones y
con todos nuestros deberes cotidianos.

¡San José Moscati, ruega por nosotros!
 

LA MUERTE DEL MÉDICO DE LOS POBRES

La triste noticia se difundió rápidamente por la inmensa ciudad. ¡No se la creía, no se la podía creer, tanto dolor causaba en el corazón de todos!
 
La noticia se supo esa misma tarde en Castellamare, por medio de un joven estudiante de medicina que llegó consternado: "¿Sabe?, ¡ha muerto el profesor Moscati!, hace muy poco.
 
Subía un señor para una visita y el portero lo detuvo: ¿a dónde va?, a ver al profesor; ¡el profesor ha muerto! ¿ha muerto?, ¡Dios mío!, ¡cómo es que ha muerto!. ¡Por desgracia era verdad!
 
El que tanto había combatido a la muerte, había pagado ahora su tributo a la misma, de un modo tan impresionante. El que había aliviado tantos dolores, llegaba a ser en un momento causa de lágrimas y dolores de amplia resonancia. ¿Quién no había acudido a él? ¿Quién no le debía algo? ¿Quién no le admiraba, aun sin conocerlo? Por todos era conocido a causa de su bondad, su competencia, su santidad.
 
Inmediatamente se forma un desfile ininterrumpido de visitantes a la casa del ilustre desaparecido. Un peregrinar de discípulos, amigos, admiradores, que llevan una palabra de pésame a la familia, que recitan una oración fervorosa junto a los despojos benditos. ¡Cómo son las cosas de este mundo!
 
Pocas horas antes se acudía a aquel lugar como a una piscina probática. Se iba en busca de auxilio y remedio y se regresaba siempre con la esperanza reflorecida en el corazón y en el alma la resonancia celestial de una palabra de fe y de bondad. Hoy en cambio, se va a llorar inconsolablemente.
 
Entre los primeros ha acudido el Pastor venerado de la Diócesis: el Eminentísimo Cardenal Ascalesi, el cual dice: "El profesor pertenecía a la Iglesia. Cuando subió al cielo, han ido a su encuentro, no aquellos a quienes sanó el cuerpo, sino aquellos a quienes salvó el alma."
 
Al día siguiente, las exequias son un verdadero triunfo. "Una multitud enorme se junta en la Vía Cisterna dell'Olio, una muchedumbre conmovida compuesta de ciudadanos de todas clases, de toda gradación social...
 
Continúa la peregrinación de innumerables visitantes, hasta que el féretro es depositado en el carro fúnebre por los brazos de sus adictos discípulos. "Se hallan presentes las principales autoridades de la ciudad, los representantes más insignes de la clase médica, las personalidades más notables..."
 
Estudiantes, sacerdotes, profesionales, religiosos y religiosas, obreros, gente del pueblo... ninguna clase deja de estar representada, porque ninguna deja de serle deudora, por lo menos de un sentimiento espontáneo de viva admiración.
 
"Pocas veces ha asistido Nápoles a un espectáculo tan imponente en medio de su infinita tristeza, lo que prueba cuánto afecto, estima y admiración había ganado aquel hombre que supo hacer de su profesión un apostolado nobilísimo, que supo prodigar el benéfico socorro de su doctrina, su incomparable bondad a las criaturas que padecían; que supo demostrar cómo pueden conciliarse admirablemente, en un ánimo noble, la Religión y la Ciencia."
 
Los numerosos discursos tienen todos el mismo tono de doloroso duelo y sentimiento, vibran todos por el mismo dolor. Se siente impresionada el alma por la multitud llorosa y herida.
 
Quién llora al ciudadano eminente, quién al discípulo predilecto, quién al colega de noble corazón, quién al maestro sin par, al benefactor, al apóstol, al ejemplar luminoso de todas las nobles virtudes. Es una voz unánime de legítima alabanza; una serena armonía de amplia unidad, la que raras veces se siente resonar con tanta claridad y viva espontaneidad.
 
El cortejo fúnebre avanza por la vía Roma, entre dos alas llenísimas de gente del pueblo conmovida, endereza hacia Foria y se dirige al cementerio, seguido por las lágrimas, lamentos y bendiciones del pueblo todo, que siente el dolor de una pérdida absolutamente irreparable.

 

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